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La odisea de levantar capital en LATAM (2025): ¿Por qué sigue siendo tan difícil?

  • Foto del escritor: Genaro Malpeli
    Genaro Malpeli
  • 9 jul
  • 14 Min. de lectura

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Imagina ser un founder latinoamericano en 2025: tienes una idea innovadora, un producto en marcha y la convicción de que tu startup puede transformar tu industria. Sin embargo, al salir a buscar inversión, te encuentras con un laberinto casi impenetrable. A pesar de algunos años de auge en el pasado, el proceso de levantar capital en América Latina sigue siendo lento, complejo y a menudo excluyente. ¿Por qué? Aquí exploramos las causas profundas – desde problemas estructurales y burocráticos hasta barreras culturales, legales y tecnológicas – que mantienen a los emprendedores latinoamericanos luchando cuesta arriba para financiar sus sueños.


Un contexto desafiante en 2025: del boom al “winter”

Para entender las dificultades actuales, debemos mirar el panorama de la inversión reciente. América Latina vivió un boom histórico en 2021, cuando las startups atrajeron cerca de $18.5 mil millones de dólares en venture capital. Ese auge fue efímero: la fiesta se enfrió rápidamente. En 2023, la inversión cayó a apenas $2.78 mil millones – un 65% menos que en 2022 y la cifra más baja en el último lustro. En otras palabras, el financiamiento colapsó más de 80% desde el récord de 2021. Aunque 2024 mostró algunos signos de recuperación (unos $3.6 mil millones invertidos, con un repunte en el último trimestre), el nivel sigue siendo de los más bajos en años.


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Este “invierno del VC” obedece en parte a factores globales: alzas en tasas de interés, corrección de valuaciones tech y cautela de inversionistas tras la euforia pasada. Pero en Latinoamérica estos vientos helados han pegado con más fuerza por vulnerabilidades estructurales de la región. Para un founder en 2025, esto significa que hay menos dinero disponible y más competencia por cada dólar. Los inversionistas se han vuelto extremadamente selectivos, priorizando startups con negocios sostenibles, tracción sólida y eficiencia operativa. La época de crecer a toda costa quedó atrás; hoy, si tu startup no muestra camino a rentabilidad, será difícil atraer fondos.


Además, la liquidez brilla por su ausencia: las salidas (exits) cayeron a mínimos y casi no hubo IPOs ni adquisiciones grandes recientemente. Esto merma el apetito de los VCs, que temen quedarse sin vías de retorno. En resumen, el entorno macro de 2025 ya de por sí pone la cuesta empinada para los emprendedores latinoamericanos. Pero el dinero escaso es solo el comienzo de la historia – las trabas van mucho más allá.


Fragmentación y trabas estructurales en el ecosistema

América Latina no es un mercado único, sino varios mercados fragmentados. Esta realidad económica, política y geográfica impone desafíos únicos a la hora de escalar y financiar startups. Una empresa que nace en, digamos, Chile y quiere expandirse a México o Brasil, prácticamente debe “reiniciar” operaciones en cada nuevo país, enfrentando regulaciones e infraestructuras distintas. Las reglas del juego cambian de frontera a frontera: licencias, impuestos, normas laborales, requisitos para inversionistas, todo varía. Esta falta de armonización legal y de mercado añade complejidad y ralentiza las rondas de inversión transfronterizas, pues cada inversor debe analizar riesgos país por país.


Encima, la región carga con una percepción de riesgo elevada. Inversionistas internacionales aún muestran cautela por factores como inestabilidad económica o política, volatilidad cambiaria e históricos problemas de inseguridad jurídica en ciertos lugares. Si bien muchos países han mejorado en marcos legales pro-emprendimiento, lo malo a veces pesa más que lo bueno en la percepción externa. El resultado: los fondos exigen más garantías y due diligence exhaustivas, o prefieren invertir montos menores hasta ver más madurez, lo que limita el flujo de capital.


Un dato ilustrativo: hasta hace unos años, el venture capital representaba menos de 0.05% del PIB latinoamericano, comparado con ~0.3% en EE.UU.. Aunque esa brecha se había achicado ligeramente durante el boom, la contracción reciente la volvió a evidenciar. Hay menos capital de riesgo disponible en relación al tamaño de nuestras economías, reflejo de ecosistemas aún jóvenes y subdesarrollados en términos financieros.


Burocracia y lentitud en el proceso de fundraising

Incluso cuando se logra interesar a potenciales inversionistas, el proceso para cerrar una ronda en LATAM suele ser tortuoso y lento. Muchos founders relatan que levantar capital se vuelve un trabajo de tiempo completo, con incontables reuniones, documentos legales engorrosos y semanas (o meses) de espera para cada respuesta. ¿Por qué tanto embrollo?

Por un lado, muchos fondos locales operan con burocracia pesada. No abundan los VC ágiles al estilo Silicon Valley; por el contrario, existen numerosos fondos pequeños, corporativos o family offices que tardan demasiado en decidir si invertir. “Dedican demasiado tiempo a due diligence en comparación con el tamaño del cheque”, observa Caterine Castillo, cofundadora de Neivor. Un análisis de Magma Partners destacaba que a menudo estos inversionistas analizan hasta el último detalle por meses para quizás invertir solo $50k-$100k. Para el emprendedor, eso significa meses quemando caja mientras espera una decisión. En mercados más desarrollados, ese nivel de escrutinio sería insostenible – “no serían competitivos si hubiera fondos más grandes invirtiendo”, añade Castillo – pero en LatAm es común debido a la escasez de capital, que pone al inversor en posición dominante.


Además, los trámites legales y administrativos de una ronda pueden ser especialmente engorrosos en la región. La falta de estandarización juega en contra: cada inversionista llega con templates distintos, algunos prefieren contratos tradicionales de decenas de páginas, otros notas convertibles locales, etc. Aunque el SAFE (Simple Agreement for Future Equity) de Y Combinator ha ganado popularidad como instrumento rápido, su aplicación varía según la jurisdicción. Muchos países requieren adaptaciones o de plano los abogados locales no están familiarizados, lo que puede traducirse en idas y vueltas legales. Crear una empresa, registrar aumentos de capital, obtener aprobaciones del regulador (en caso de aportes extranjeros) – todo puede tomar más tiempo en Latinoamérica debido a burocracias estatales lentas. No es extraño que cerrar una ronda semilla tome 6 a 12 meses en la región (el doble o triple que en EE.UU.).


Un factor crítico es la fragmentación de la estructura corporativa de las startups latinas. Para acceder a inversionistas globales, muchas startups optan por estructuras societarias complejas, como el “Cayman Sandwich”, que implica tener una compañía holding en Islas Caimán, una LLC en Delaware y la operativa local en su país. Este esquema se ha vuelto estándar para VCs internacionales, porque brinda marcos legales predecibles y neutrales en impuestos que los inversores ya confían. Si bien esto abre puertas a capital extranjero, agrega pasos y costos: hay que constituir múltiples entidades, coordinar abogados en varias jurisdicciones y asegurarse de cumplir tanto regulaciones locales como internacionales. Para un founder sin experiencia, navegar este entramado legal es abrumador – pero si no lo hace, su startup incorporada solo en Latinoamérica puede ser poco “invertible” para ciertos fondos globales.


A esto sumemos las dificultades cambiarias y transfronterizas. ¿Un inversor de Silicon Valley quiere enviar dólares a tu cuenta en Argentina o Nigeria? Se encontrará con controles de cambio, papeleo de bancos centrales y riesgo de que sus fondos queden atrapados. Por ejemplo, en Argentina los estrictos controles de cambio complican enormemente las transacciones de inversión cross-border. En otros países puede haber límites a la entrada de capital extranjero o retenciones impositivas difíciles de recuperar. Muchos emprendedores terminan abriendo cuentas en EE.UU. o estructuras fuera de la región para recibir fondos, encareciendo y enredando más el proceso. En resumen, la burocracia – tanto privada como pública – enlentece el fundraising latinoamericano: los ciclos de negociación son largos, los documentos complejos y las transferencias internacionales, un dolor de cabeza.


Barreras culturales y de conocimiento: un ecosistema aún inmaduro

No todo se explica por papeleo y macroeconomía. Factores culturales y de experiencia dentro del ecosistema también contribuyen a que el fundraising sea excluyente y complejo. Uno de ellos es la mentalidad y criterios de los propios inversionistas. Históricamente, América Latina tuvo culturas empresariales más conservadoras, donde la aversión al riesgo es alta y el círculo de confianza pesa. Esto se refleja en sesgos a la hora de invertir: muchos VCs, locales e internacionales, prefieren fundadores “encajonados” en ciertos perfiles. Un estudio señalaba que la mayoría de VCs globales tienden a apostar por: emprendedores seriales exitosos, extranjeros operando en la región, graduados de universidades élite o ex-empleados de multinacionales, y startups apadrinadas por aceleradoras top como Y Combinator. Si encajas en uno de esos moldes “elite”, es más fácil que te reciban con los brazos abiertos; incluso hay casos de founders en LatAm que levantaron millones solo con un PowerPoint, aprovechando su network y credenciales. Pero si eres un founder primerizo, “outsider” al círculo, la puerta se vuelve mucho más estrecha. El propio Nathan Lustig de Magma Partners admite: “el 10% de los founders ‘élite’ consiguen millones casi de inmediato, mientras que para la mayoría sigue siendo muy difícil conseguir incluso US$1M”.


Otro sesgo preocupante es el de género. Paradójicamente, Latinoamérica lidera en la proporción de startups fundadas por mujeres (alrededor del 35% de los emprendimientos, muy por encima del ~7% global). Sin embargo, ese talento femenino enfrenta un muro a la hora de financiarse: solo ~2% de las mujeres fundadoras logran capital. Muchas emprendedoras reportan que, al salir a “vender” su empresa a inversores, se topan con prejuicios y desconfianza adicional. De hecho, no es raro que en startups mixtas el encargado de buscar inversión termine siendo un hombre, precisamente porque los biases del mercado dificultan más el camino a una mujer CEO. Esta exclusión por sesgos reduce la diversidad de proyectos que reciben apoyo y priva al ecosistema de buenísimas iniciativas lideradas por quienes no encajan con el estereotipo del founder “modelo Silicon Valley”.


También pesa la falta de know-how y educación financiera de muchos emprendedores en la región. Crear una startup es bastante reto, pero levantar capital es casi un arte aparte – con sus propias reglas, jerga y estrategias – que pocos founders novatos dominan. Imagínate jugar un partido contra Messi y Ronaldo sin saber bien las reglas del fútbol: “serías terrible”, comparaba gráficamente un inversor. Así de desorientados se sienten muchos fundadores latinoamericanos al iniciar su primera ronda. No es culpa suya; hasta hace una década era casi anecdótico hablar de venture capital por aquí, así que existe un vacío de mentoría y formación en fundraising. Consecuencia: los emprendedores cometen errores evitables que les cierran puertas. Por ejemplo, estructurar mal su cap table – quizá aceptando muchos inversionistas pequeños sin agruparlos – puede dejar una “tabla de capitalización sucia o no invertible” que espanta a futuros VCs. Otros errores típicos incluyen: pitches eternos que no van al grano, valoraciones irreales desconectadas del mercado, o tocar las puertas equivocadas (no investigar la tesis del fondo antes). Sin guía, muchos founders navegan a ciegas este proceso, aprendiendo a golpes en rondas fallidas o term sheets poco favorables.


La buena noticia es que el ecosistema empieza a reconocer esta brecha educativa. Hoy proliferan blogs, cursos y comunidades (por ejemplo, guías de YC, NFX, podcasts de founders, cursos en Platzi, etc.) que comparten las “reglas del juego” del venture capital. Cada vez más emprendedores saben qué es un SAFE, cómo negociar un term sheet, o la importancia de tener métricas sólidas antes de tocar puertas. Aun así, la curva de aprendizaje es empinada. En Silicon Valley, un founder probablemente ha visto a docenas de colegas levantar rondas y puede llamar a mentores expertos; en LatAm, ese capital social apenas se está formando. Por eso, el camino del fundraising se hace más solitario y confuso para muchos – algo que añade fricción y retrasa las rondas, especialmente en etapas tempranas.


Plataformas globales que no encajan del todo en LatAm

En teoría, la tecnología podría democratizar y agilizar el acceso al capital. En EE.UU., plataformas como AngelList, Wefunder o Republic han revolucionado cómo startups se financian, permitiendo rondas con decenas de pequeños inversionistas o syndicates liderados por ángeles sin tanto papeleo. ¿Por qué estas soluciones no han resuelto la vida de los founders latinoamericanos? Hay varias razones.


Primero, un tema regulatorio: la mayoría de estas plataformas operan bajo marcos legales estadounidenses (Regulación D, CF, A+ del JOBS Act) que no permiten la participación de empresas extranjeras. Por ejemplo, Wefunder explícitamente solo acepta startups constituidas en EE.UU. en su portal. Lo mismo ocurre con Republic o StartEngine, ya que la regulación crowdfunding de la SEC solo ampara a emisores norteamericanos. En la práctica, esto significa que si eres un founder de LatAm y quieres usar estas plataformas, primero debes crear una entidad legal en Delaware o similar – volviendo al punto de la estructura legal compleja. Ese requisito ya excluye a muchos emprendedores que operan solo localmente o no tienen el asesoramiento para internacionalizar su sociedad.

Segundo, falta de adecuación al mercado local. AngelList, por ejemplo, facilita sindicaciones de inversión (SPVs) con ángeles acreditados, pero el grueso de su red son inversionistas anglosajones familiarizados con ese ecosistema. Una startup peruana difícilmente obtendrá atención en AngelList a menos que esté conectada con un lead global y estructurada en EE.UU. Por otro lado, el concepto de equity crowdfunding masivo aún es incipiente en la cultura latinoamericana. Si bien han existido plataformas locales (como Broota en Chile, Play Business en México, A2censo en Colombia, etc.), ninguna ha alcanzado la escala ni liquidez de sus análogos estadounidenses. Invertir en startups sigue siendo terreno de nicho y confianza: muchos inversionistas prefieren conocer personalmente a los fundadores o co-invertir con gente de su red. La idea de meter $100 dólares en una startup desconocida vía internet no está tan difundida, en parte por menores niveles de educación financiera y en parte por desconfianza (recordemos los casos de fraude que siempre ponen cauteloso al público).


Además, los montos y condiciones en plataformas globales no siempre cuadran con la realidad de LatAm. Un Wefunder puede permitirte levantar hasta $5M vía crowdfunding, pero lograr eso exige un marketing enorme que en mercados pequeños es difícil. Muchas startups latinas buscan apenas $200k-$500k pre-seed; montos así podrían teoréticamente venir de crowd, pero los costos fijos y complejidad de hacer una campaña Reg CF en EE.UU. pueden ser prohibitivos para un ticket tan bajo. Irónicamente, usar plataformas gringas para democratizar la inversión termina siendo caro. Y las plataformas locales hasta ahora no han logrado suficiente tracción de inversionistas como para cerrar rondas rápido. Por tanto, el founder latino sigue dependiendo de inversionistas tradicionales (ángeles, fondos) contactados de manera directa, más que de plataformas automatizadas.

Finalmente, aspectos operativos y tecnológicos: hasta hace poco, cosas tan sencillas como firmar documentos electrónicamente, o recibir transferencias internacionales en una cuenta fintech, no estaban plenamente disponibles en todos los países. Las plataformas globales están integradas con sistemas bancarios de EE.UU. (ACH, etc.); en LatAm lidiamos con SPEI en México, PIX en Brasil, distintos medios en cada lugar, más la constante conversión de moneda. Todo esto añade fricción. Si un argentino quería invertir en una startup colombiana vía una plataforma, ¿cómo envía su dinero? Probablemente debía pasarlo a dólares primero, luego a una cuenta en EE.UU., incurrir en comisiones… Un clic que en una app americana sucede en segundos aquí podía volverse una semana de trámites. La infraestructura tecnológica financiera, si bien ha mejorado con fintechs, todavía no estaba totalmente preparada para simplificar la inversión regional.


Cap tables, SPVs y nuevos modelos: ¿soluciones a la vista?

A pesar del panorama retador, no todo son malas noticias. Están surgiendo soluciones ingenieriles y plataformas locales para atacar las fricciones del fundraising en LatAm. Una de las problemáticas clave que se busca resolver es la de los cap tables “sucios” y fragmentados. Ya vimos que muchas startups evitan aceptar inversores pequeños porque gestionar, por ejemplo, 20 socios minoritarios puede incrementar los costos y carga administrativa significativamente. De hecho, se estima que administrar múltiples inversionistas menudos puede elevar los costos operativos en 10-15% (por tiempo invertido en reportes, asambleas, firmas, etc.). Es comprensible entonces que los founders prefieran esperar por uno o dos cheques grandes aunque tarden más, antes que decenas de cheques chicos. Esto, sin embargo, deja fuera a muchos potenciales inversores angelicales que quisieran apoyar con montos modestos.


Aquí entran los SPVs (Special Purpose Vehicles) y figuras similares. Un SPV es una entidad vehículo creada específicamente para invertir en una startup. ¿Por qué son útiles? Porque permiten agrupar a muchos inversionistas en un solo ente que aparezca en la tabla de capitalización, simplificando la relación para el emprendedor. En vez de 20 personas físicas como accionistas, la startup tendría un solo accionista (el SPV), que a su vez representa internamente a los 20 aportantes. Esto mantiene ordenada la cap table y reduce la carga administrativa: el SPV suele nombrar un representante o lead, firma los documentos en conjunto y facilita las comunicaciones. Para los inversionistas pequeños, también es positivo ya que pueden acceder a rondas invirtiendo quizás $5k cada uno en lugar de necesitar $50k mínimos, diversificando su riesgo. Los SPVs explotaron en popularidad durante el boom de 2021, al punto que en EE.UU. el número de nuevos SPVs creció 235% ese año. En LatAm, aún estamos adoptando este modelo, pero ya se ve una tendencia a la “sindicalización” de ángeles: grupos de inversionistas que se juntan para invertir como unidad. Plataformas como AngelList han ofrecido este servicio globalmente, y otras startups locales comienzan a hacer lo propio.


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Un ejemplo concreto de innovación local es Vefy, una plataforma argentina que busca justamente minimizar las fricciones administrativas, legales y operativas del levantamiento de capital mediante una plataforma tecnológica centralizada. Vefy conecta startups con inversores, pero va más allá del mero matchmaking: ofrece procesos estandarizados y automatizados para gestionar la inversión de forma ágil y segura. En 2025, Vefy se alió con la aceleradora Ingenia para crear un programa integral de financiación, donde las startups reciben acompañamiento en preparación (estrategia, documentos, VC readiness) y luego gestionan la ronda dentro de Vefy, desde la presentación a miles de inversores hasta la recepción efectiva de capital. El objetivo declarado de Vefy es atacar el “problema central” de las startups tempranas: que el proceso tradicional de fundraising es lento, ineficiente y costoso. Con su stack tecnológico, buscan que el founder pueda enfocarse en construir su negocio mientras la plataforma se encarga de mucho del papeleo y coordinación. Para los inversores, prometen transparencia, seguridad y la posibilidad de diversificar fácilmente a través de procesos estandarizados. En esencia, Vefy está intentando crear un AngelList adaptado a la realidad latinoamericana: con entendimiento de las regulaciones locales, herramientas como firma digital de contratos, mecanismos de escrow para fondos (incluso mencionan integrar cripto para facilitar pagos crossborder), y un enfoque muy centrado en las necesidades del founder.


Otras iniciativas asoman en el horizonte: desde aceleradoras con fondos propios o redes de coinversión (al estilo Newtopia, 500 LatAm, etc., que invierten rápido tickets semilla pre-aprobados), hasta plataformas legales/fintech como Clara, Latitud o CapTable que ofrecen plantillas estandarizadas de documentos, gestión digital de cap tables, y apoyo en cumplimiento legal. Incluso se experimenta con mercados secundarios privados para dar liquidez a accionistas de startups (Argentina lanzó recientemente uno a través de la bolsa local, aunque está en pañales). Todo esto apunta a un ecosistema que reconoce sus cuellos de botella y empieza a diseñar soluciones a medida.


Un caso interesante es Latitud, fundada por ex-emprendedores, que además de un fondo VC creó herramientas como “Latitud Go” para incorporar empresas fácilmente en Delaware y Brasil, y está detrás de esfuerzos como el “SAFE brasileño” llamado MISTO que adapta el SAFE de YC a la ley brasileña para eliminar fricción legal. Asimismo, la “Cámara de SPACs” en algunos países sugiere futuras vías para listar vehículos de inversión simplificados. No todos estos experimentos funcionarán, pero muestran la dirección: simplificar, unificar y acelerar el levantamiento de capital en LatAm.


Conclusión: resiliencia del founder latinoamericano

Levantar capital en América Latina en 2025 puede sentirse como una odisea digna de Ulises: un viaje prolongado, lleno de escollos (burocráticos, estructurales, culturales) y con numerosos “monstruos” que sortear – desde term sheets confusos hasta trámites gubernamentales interminables. Sin embargo, también es cierto que los emprendedores latinoamericanos han desarrollado una resiliencia y creatividad únicas para superar estas pruebas. Este ecosistema joven está aprendiendo rápido de sus desafíos. Así como nuestras startups han debido ser ingeniosas para escalar con menos recursos, también lo están siendo para financiarse en un entorno adverso.


La narrativa desde el punto de vista del founder es dura pero no derrotista. Muchos cuentan historias de haber tocado 50 puertas antes de un , de haberse reinventado para atraer inversionistas fuera de su país, o de cómo pivotearon su enfoque de financiamiento (por ejemplo, de depender de VCs a complementar con ingresos o crowdfunding local). Cada batalla por capital forja a nuestros emprendedores con una tenacidad quizás mayor que la de sus pares en mercados más benignos.


¿Puede Latinoamérica mejorar este panorama? Sin duda, y está en proceso. Se necesitan esfuerzos coordinados: políticas públicas que armonicen regulaciones y apoyen el capital emprendedor, más fondos locales dispuestos a liderar rondas (y hacerlo con agilidad), educación masiva a founders sobre fundraising, y continuar construyendo trust entre todos los actores. El objetivo sería un ecosistema más integrado, donde un founder de Bogotá pueda levantar con relativa facilidad capital de Santiago o Miami, en instrumentos estandarizados, y donde cualquier persona con ahorros en Lima o Monterrey pueda invertir pequeños montos en la próxima gran startup regional.


A medida que plataformas como Vefy, estructuras como los SPVs y la experiencia colectiva vayan madurando, es de esperar que el proceso de fundraising se vuelva más expedito e inclusivo en los próximos años. Por ahora, el founder latino debe seguir navegando con astucia: prepararse a fondo, construir redes de confianza, aprender las reglas implícitas del juego financiero y aprovechar cada herramienta nueva que emerja. La travesía sigue siendo difícil – pero quienes la logran completar están allanando el camino para las generaciones venideras de emprendedores en la región. Y eso, más allá del capital, quizás sea el mayor retorno de esta dura experiencia.


Fuentes: La información y datos presentados provienen de reportes de la industria y testimonios recientes, incluyendo estadísticas de LAVCA, PitchBook, Crunchbase y Startuplinks, análisis de inversores en la región, así como referencias a plataformas y soluciones emergentes como Vefy y el uso de vehículos de propósito especial (SPVs), entre otros. Todas las cifras reflejan la realidad hasta 2024-2025 y ayudan a ilustrar las barreras y avances en el ecosistema de venture capital latinoamericano.

 
 
 

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