“Capital de liberación”: el corazón del venture capital según Sebastian Mallaby
- Genaro Malpeli

- 13 oct
- 4 Min. de lectura
Sebastian Mallaby, en The Power Law: Venture Capital and the Making of the New Future (traducido como El capital de riesgo), propone una lectura del venture capital (VC) que va más allá de la jerga financiera. Su idea central es que el VC funciona como capital de liberación: un tipo de financiamiento que desata a personas con talento para trabajar en problemas difíciles, sin pedirles permiso a jerarquías corporativas ni exigirles certidumbre imposible en etapas tempranas. No es solo dinero: es una licencia social para experimentar.

Qué es “capital de liberación”
Llamarlo “capital de liberación” es subrayar tres rasgos del VC:
Riesgo radical, propósito claro. El VC acepta que la mayoría de los proyectos fallarán; busca deliberadamente colas gruesas (power law). En vez de promediar riesgos, se expone a unos pocos resultados descomunales que pagan por todo el portafolio. Esa asimetría es la que “libera” a los fundadores de tener que encajar en planes lineales.
Financiar opciones, no certezas. El capital se entrega por etapas (stage financing) y con hitos. Cada ronda compra opcionalidad: si aparece tracción, se duplica la apuesta; si no, se corta a tiempo. Esta estructura reduce el costo del error y abarata el ensayo y error.
Capital + acompañamiento. El VC no solo invierte; ayuda a construir: redes, talento, diseño de go-to-market, gobierno corporativo. Ese “acompañamiento activo” permite a los equipos enfocarse en lo que saben hacer, mientras el inversor despeja cuellos de botella externos.
En inglés, el espíritu del término que Mallaby explora puede capturarse como “liberating capital”: capital que libera a las personas para explorar lo improbable.
Cómo empezó el venture capital moderno
Aunque existen antecedentes remotos (financiadores de expediciones comerciales de alto riesgo y “carried interest” compartido), el VC moderno nace en EE. UU. a mediados del siglo XX y se consolida en Silicon Valley. Mallaby recorre este arco histórico en cuatro actos:
1) La invención institucional (años 40–60)
Georges Doriot (profesor de Harvard) co-funda en 1946 American Research & Development (ARD), una de las primeras firmas que capta dinero de terceros para invertir en tecnología. ARD sistematiza prácticas hoy clásicas: portfolio, acompañamiento, y salida vía IPO o venta.
En paralelo surge J.H. Whitney & Co. y, más tarde, el programa SBIC (Small Business Investment Companies, 1958), que multiplica capital para pequeñas empresas tecnológicas.
Transformar el “patrocinio” ad-hoc de ricos industriales en una industria con reglas, vehículos y métricas.
2) La cultura de Silicon Valley (años 50–70)
Los “Traitorous Eight” abandonan Shockley y fundan Fairchild Semiconductor; de allí brotan Intel y un árbol genealógico de spin-offs.
Aparece un circuito de retroalimentación: ejecutivos que se vuelven fundadores e inversores, recirculando experiencia y capital.
Una cultura pro-deserción creativa donde emprender no es traición sino progreso; el VC actúa como combustible de esa movilidad.
3) La arquitectura financiera (años 70–90)
Se consolida la estructura GP/LP (gestor con “carry” + limitados) y el VC aprende a indexar su éxito a los grandes aciertos.
Cambios regulatorios (p. ej., reinterpretaciones sobre inversiones de fondos de pensión a fines de los 70) ensancharon la base de capital invertible.
Nacen firmas icónicas (Kleiner Perkins, Sequoia) que combinan criterio de selección con construcción de empresa (company-building).
Alinear incentivos a largo plazo y atraer capital paciente capaz de tolerar volatilidad extrema.
4) La globalización y el software-eats-the-world (2000–hoy)
El estallido puntocom y luego la ola móvil/cloud enseñan disciplina y escala.
Aceleradoras (YC) y nuevos modelos de plataforma (a16z) democratizan acceso, estandarizan términos y extienden redes globales.
El VC se vuelve sistema operativo de la innovación tecnológica, con hubs y escuelas propias.
Por qué el VC “libera” (según Mallaby)
Desacopla talento de jerarquías. Permite fundar empresas sin pedir permiso a un comité corporativo ni demostrar rentabilidad inmediata.
Acelera ciclos de aprendizaje. Al financiar hipótesis, no planes cerrados, acorta el tiempo entre idea-prototipo-mercado.
Tolera rareza. El mercado tradicional penaliza las apuestas raras; el VC las busca: equipos atípicos, mercados embrionarios, tecnologías con “verdad secreta”.
Crea efectos de red. Una salida grande recicla capital y mentores que reinician el ciclo para la siguiente cohorte.
La ley de potencia: la matemática detrás de la libertad
El título del libro alude a la power law: la distribución de retornos del VC no es normal; unas pocas inversiones explican la mayoría del valor. Esto legitima un estilo de gestión basado en:
Tolerancia al fallo como costo de la exploración.
Doblaje selectivo cuando una trayectoria muestra señales de escape.
Construcción de portafolios con “opciones” sobre futuros tecnológicos (no solo empresas, también ondas: semiconductores, PC, internet, móvil, IA…).
El punto de Mallaby: sin un capital que acepte esa asimetría, muchas tecnologías transformadoras no hubieran encontrado su ventana.
Implicancias para fundadores e inversores
Para fundadores
El VC no compra certidumbre; compra convicción informada. La tarea del fundador es convertir incertidumbre técnica o de mercado en aprendizajes verificables (PMF, unit economics, moats) lo bastante rápido como para merecer la próxima ronda.
Elegir inversores por capacidad de liberarte (redes, contrataciones, diseño de pricing, acceso a clientes) tanto como por el cheque.
Para inversores
Construir ventajas no replicables (dealflow, “founder services”, conocimiento sectorial) y procesos que reduzcan el costo del no y faciliten el sí cuando aparece la señal.
Diseñar fondos para errar barato y acertar grande: tamaño, reservas para follow-on, gobernanza, y un marco de decisiones coherente con la ley de potencia.
Epílogo: libertad como política de innovación
Mallaby, en el fondo, describe una política de innovación privada: una sociedad que quiere futuro necesita un mecanismo que financie lo que aún no se puede justificar con spreadsheets. Ese mecanismo es el VC como capital de liberación. No garantiza éxito —nada lo hace—, pero maximiza la tasa de experimentos significativos.
Dicho simple: si queremos más descubrimientos, necesitamos más gente intentando lo improbable con libertad financiada. Eso —más que cualquier eslogan— es el legado del venture capital que el libro retrata.




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